domingo, 26 de octubre de 2008

DEL SIGNIFICADO AL SIGNO



Para comprender los registros y cambios de registro, es necesario abordar algunos asuntos de la percepción en relación al conocimiento.

 Bachelard [1] se aleja de la concepción de percepción, como algo abstracto y de la abstracción, como objeciones de la razón. Para él, no basta la percepción, sino que es necesario, la construcción del sujeto, la cual permite acceder al por qué de las cosas y fenómenos. Cuando la abstracción empieza a formar parte de la construcción, se presentan cambios de significación.


Al respecto, es necesario llamar la atención, sobre los obstáculos epistemológicos que presenta el sentido común y el concepto de verdad, basado en principios que ofrecen peligrosamente seguridad en lo que se conoce; esto constituye resistencias al acto de conocer. Allí también existe de manera latente, la necesidad de satisfacer intereses personales, lo que puede influir en el momento de significar o resignificar algo.


Las significaciones como el resultado de la construcción del sujeto, si se fundamentan en la pregunta y no en la respuesta, contribuyen a enriquecer las posibilidades de representaciones mentales diferentes, que en consecuencia amplían la comprensión.

Contextualizando esta concepción en el sistema educativo, entra en juego la representación mental del maestro, en la construcción del conocimiento. Si concibe la inteligencia de sus alumnos, como la capacidad de generalizar abstracciones alcanzadas rápidamente; excluye de los procesos a otros estudiantes cuyas indagaciones pueden tomar diversas vías.



Esta manera de interacción limitante del sujeto que conoce, deja de lado otras posibilidades de acceder al conocimiento y enfatiza el carácter mecánico del aprendizaje. Por otro lado, ignora la naturaleza cambiante de la ciencia y el error como parte del proceso de aprendizaje. Es una mirada reduccionista de la ciencia, que priva al estudiante de la posibilidad de tratarla como problema, que como tal incluye la duda, la indagación, el invento, la búsqueda multidimensional de una solución.


La urgencia es hoy, crear el espíritu científico, que en palabras de Bachelard[73] "se forma reformándose"; esto crea la emergencia de la negación, de lo conocido y desconocido; de los otros, de los principios que rigen los fenómenos naturales; pero liberados de la exactitud que atañe tradicionalmente a las ciencias y particularmente a las matemáticas.
En este campo, el de las matemáticas, son comunes los modelos de estructuras matemáticas, como abstracciones estáticas y "bien logradas", que conducen a resultados esperados. Esto niega las múltiples relaciones, que surgen en situaciones matemáticas, que a su vez, pueden desembocar en múltiples soluciones y generar nuevas organizaciones del conocimiento matemático, donde entran en juego las representaciones mentales.


Los conceptos están relacionados con el lenguaje en tanto que, ellos expresan mediante palabras, las generalizaciones, relaciones entre nociones y sus distinciones están incorporadas al lenguaje formalizado que caracteriza la lógica.


"Los lenguajes son el mejor espejo de la mente humana" Leibniz[74]; es aquí, donde se generan las significaciones de las palabras que permiten conocer las operaciones del entendimiento. El conocimiento es entonces producto de construcciones del sujeto, donde interactúa la experiencia, con el conocimiento que se tiene de algo y se presenta en enunciados temporales, los cuales tienen implícito una visión de hombre, de ciencia, de sociedad y de cultura.


Sin duda el lenguaje matemático es el resultado de la experiencia acumulada pero con la posibilidad de convertirse en actual, al ser resignificado. Al respecto, Austin[75] afirma: "nuestro repertorio común de palabras encarna todas las distinciones que los hombres han creído conveniente trazar y todas las conexiones que han creído conveniente destacar durante la vida de muchas generaciones". No cabe duda, que éste postulado tiene lugar en las matemáticas, las distinciones que las matemáticas han creado, hacen surgir nuevas conexiones, más ricas y más sutiles que se reflejan en nuevas representaciones mentales y por ende en "nuevos todos", en la forma de registros, generando cambios permanentes de los mismos.


Tales distinciones se polarizan en nítidas y borrosas; entre el lenguaje ordinario y el formalizado, como punto de partida para otras incursiones lingüísticas y conceptuales.

También en el lenguaje matemático se producen movimientos entre lo intencional y lo no intencional, entre lo que es natural y lo que es simbólico, sin olvidar que los enunciados lingüísticos, dependen para su interpretación, de un contexto.


Se puede decir, que existe una conexión esencial, aunque indirecta entre lo que una persona dice o pretende decir y lo que convencionalmente significan las palabras que usan; es decir, la significación de las palabras está mediada por el uso que se hace de ellas en un contexto determinado; tienen relación con las representaciones mentales del sujeto y constituyen la base para los cambios de registro; no obstante, los enunciados se pueden combinar en distintos usos, generando distintos sentidos de las palabras y conformando así metalenguajes. Los metalenguajes, son lenguajes formalizados que en las matemáticas tienen como centro lo simbólico y su función consiste en describir con la mayor precisión posible, significados.


Para Ser [76] (1914), cuando el ser humano tiene conciencia de los símbolos, la intencionalidad del habla se orienta hacia un significado y esto constituye un acto de pensamiento, porque se están sucediendo las primeras generalizaciones referidas hacia conceptos generales y reglas generales.



Para que la palabra llegue a constituirse en un registro que indique la relación simbólica entre el signo y el referente, se debe pensar en un desarrollo de este tipo de registro mental, debido a que en su proceso de desarrollo del pensamiento, la palabra está relacionada con la estructura externa objeto – palabra por lo tanto, la palabra es más bien un atributo o una propiedad del objeto. Avanzando hacia la internalización de la palabra tomando conciencia entre signo y referente, este proceso de transición de la estructura externa hacia la interna se manifiesta según Stern en la aparición de preguntas sobre los nombres de los objetos y el aumento del vocabulario.


LA MEDIACIÓN SEMIÓTICA DE LOS PROCESOS PSICOLÓGICOS.

La realidad primera del niño, se señala mediante estímulos que convergen directamente en las células receptoras visuales y auditivas. Estas señales están determinadas en forma de impresiones, sensaciones y concepciones del entorno.


Las palabras en tanto conforman un segundo sistema de señalización de la realidad, caracteriza en forma muy especial al ser humano y se constituyen en una señal de las señales primarias, pero lo que realmente distingue al ser humano de los animales es la significación entendida como la creación y el uso de signos que con la ayuda de la señales primarias crea nuevas conexiones en el cerebro.


En la definición de procesos psicológicos superiores la significación juega un papel muy importante porque contribuye a la regulación de la conducta, pero esta es además regulada por la relación entre los procesos sociales e individuales que constituyen la interacción entre las personas, las cuales desarrollan sistemas extremadamente complejos de vínculos psicológicos, sin los cuales la vida social sería imposible. Vigotsky[77], destaca la importancia de la función social e individual del habla haciendo énfasis en el signo, como instrumento social y como instrumento para influir sobre uno mismo. Estas dos funciones son importantes porque influyen notablemente en la vida volitiva; permite analizar la mediación del habla en los planos intrapsicológico e interpsicológico. Se puede afirmar entonces, que el habla del adulto influye primero en el plano interpsicológico del niño y por consiguiente en el plano intrapsicológico, porque la función social del habla, la mayoría de las veces, se limita a la utilización de órdenes y demandas que regulan la conducta del niño.(Fig.34) Esta forma de abordar la función social e individual del habla puede producir consecuencias funestas en el desarrollo del conocimiento, porque este no es un objeto que se pasa de uno a otro, sino que es algo que se construye por medio de operaciones y habilidades cognoscitivas que se inducen en la interacción social.
Para Vygotsky[78], el desarrollo intelectual no puede entenderse como independiente del medio social de la persona, así el desarrollo de las funciones psicológicas superiores, se dan primero en el plano social y después en el nivel individual.
Los planos intrapsicológicos e intersicológicos juegan un papel importante en la transmisión, en la adquisición del conocimiento en los patrones culturales; esto se hace posible cuando de la interacción (función social del habla) se llega a la internalización (función individual del habla), porque ciertos aspectos de la actividad que se han realizado en un plano externo, pasan a ejecutarse en el plano interno.


Una actividad cognitiva superior es la reflexión abstracta que se da de una forma muy especial en las matemáticas. Este tipo de actividad exige del lenguaje un uso descontextualizado que conduce al desarrollo conceptual, la categorización, a la construcción de silogismos y al razonamiento científico; en este tipo de actividad juega un papel muy trascendente el significado. El contexto en que este aparece juega un papel importante en la estructuración e interpretación de los signos, se puede ver una notable diferencia ente el sistema de signos de las matemáticas griega y el sistema de signos de las matemáticas romanas, pero esta convención social cobra importancia cuando es posible la generalización.


En la función comunicativa, las palabras según Peirce[79] son "signos lingüísticos", porque todos dan cuenta de una convención social, es decir, son signos convencionales, signos de ley o legisignos. La palabra como legisigno puede evolucionar en cuanto a su sentido, por lo tanto el consenso social alrededor del sentido de una palabra puede verse permanentemente cuestionado en cada una de sus utilizaciones, esto significa que las palabras en un nuevo contexto pueden introducir un alejamiento de las reglas y de los hábitos lingüísticos.



La palabra es usada para transmitir una experiencia o contenido de la conciencia a otra persona. Al respecto opina Sapir[80] (1934) "no hay mas remedio que atribuir el contenido a una clase conocida, a un grupo conocido de fenómenos, y como sabemos esto necesariamente presupone generalización, y el desarrollo del significado de la palabra, es decir, la generalización, se hace posible en el desarrollo de la interacción social.



Jakobson[81] subraya las dificultades planteadas por el signo lingüístico ya que raramente tenemos la posibilidad de tener una relación directa entre la palabra y la cosa ya que sustituimos signos con signos.


LA TRADUCIBILIDAD COMO PROCESO DE NEGOCIACIÓN DE SIGNIFICADO


Uno de los problemas más frecuentes en el aprendizaje de las matemáticas tiene que ver con la traducibilidad desde un lenguaje natural a un lenguaje simbólico, esto se puede explicar por el problema de la imposibilidad de equivalencia, porque no se trata de traducir unidades de código aisladas, sino mensajes completos. Esta intraducibilidad tiene que ver con el significado del signo el cual como vemos puede verse afectado por fenómenos socio-culturales. Así es difícil entender el significado de ciertos sistemas numéricos cuando el interpretante pertenece a un contexto cultural diferente al que dio origen al signo.


Otra dificultad en la traducibilidad, se presenta cuando hay necesidad de interpretar un signo de un sistema en otro signo de otro sistema, como cuando se pasa de una inecuación a una representación gráfica de la misma y entonces, la lingüística no puede interpretar un espécimen lingüístico sin traducir sus signos a otros del mismo sistema o a los de un sistema distinto; por lo tanto, la investigación lingüística ha tenido que recurrir a la traducción ya sea intralingüística, interlingüística o intersemiótica.


Dificultad de la representación de una ecuación a una gráfica. El problema principal de la lingüística según Jacobson[82], es la equivalencia en la diferencia. Sabemos que la comunicación verbal provoca por norma una pérdida, y que no hay dos personas que compartan de manera absoluta la correspondencia entre signo, sentido e imagen mental (el interpretante según Peirce)[83]; por lo tanto el trabajo lingüístico esta ligado a la noción de traducibilidad, a la posibilidad de comunicación verbal de un individuo a otro y de la mente de una persona al enunciado que procesa para comunicar el mensaje al mundo exterior. Dado que las representaciones mentales y su expresión verbal tienen influencias recíprocas, sigue existiendo una diferencia teórica debida a la formulación distinta de hechos en apariencia idénticos, "así un hecho es distinto para hablantes cuyos antecedentes lingüísticos les suministren formulaciones distintas", si se contempla la afirmación anterior realizada por el lingüista Whorf[84], se tendría que afirmar que es imposible cualquier tipo de traducción; En este caso, la expresión lingüística no se concibe como una función de contenido mental resultado de la interacción social, sino que se destacan las particularidades expresivas, perceptivas y cognitivas de cada individuo. No podemos descubrir los conocimientos comunes que son útiles en el tratamiento de la traducción y de la comprensión recíproca.



Por todo lo anterior es pertinente destacar que las capacidades lingüísticas y metalingüísticas están siempre presentes, lo que es de gran ayuda para la comprensión. Es importante anotar que la capacidad de hablar en un sistema simbólico determinado implica la capacidad de hablar sobre dicho sistema, debido a esta operación metalingüística el hablante está en capacidad de ajustar el vocabulario al del interlocutor con el fin de hacer posible la significación.
ACERCA DEL MODELO TRIÁDICO DE PEIRCE

Todo el pensamiento y toda la producción intelectual de Peirce[85] se articula en torno a tres categorías básicas: primeridad, segundidad y terceridad . Son innumerables los textos en los que Peirce describe de una manera u otra estos elementos, y también son variadas las terminologías que emplea para hablar de ellas (primano, segundano, terciano). Los nombres de primeridad, segundidad y terceridad son sumamente genéricos, simples y, en principio, no parecen indicar nada más que la relación de orden que se establece entre ellos; así, un primero no necesita nada más que de sí mismo para ser; un segundo precisa necesariamente de un primero para ser, pues sin la referencia a un primero no habría un segundo. Un tercero es lo que establece la relación entre un primero y un segundo, en este sentido un tercero es siempre un mediador. Peirce llega al convencimiento de que la segundidad es inapropiada para abarcar todo lo que está en la mente y de que es inferior en sus aplicaciones a la terceridad, ya que las combinaciones de relaciones para formar otras nuevas son siempre relaciones triádicas irreductibles a relaciones diádicas.

Sin embargo, estas categorías, que Peirce[86] denominó "cenopitagóricas" El prefijo "ceno-" parece ser una derivación de la palabra griega "kainos" -nuevo-, y así las denomina Peirce en otro lugar al referirse a ellas como "kainopythagorean categories", con lo cual significarían nuevas categorías pitagóricas, haciendo una alusión a los pitagóricos por la importancia concedida por éstos a los números, puesto que para Peirce las categorías se definen de la mejor manera en términos de números.

(1ª, 2ª e 3ª), representan respectivamente ciertas ideas, tales como: la cualidad, el hecho y la ley; o la posibilidad, la acción bruta y la razón; o la sensación, la existencia, y la necesidad; o la idea, la realidad y el pensamiento; o la cualidad, la reacción y la representación; etc.(Fig.38) El eje o la clave de toda la reflexión peirceana lo constituyen, pues, estas categorías cenopitagóricas, ya que ellas articulan la semiosis, la división de la semiótica y la división de los tipos de signo.

La preocupación por las categorías, esto es, la preocupación por establecer aquellos conceptos que reducen la multiplicidad de las impresiones sensibles a una cierta unidad, y el estudio de la presencia de estas categorías en el pensamiento, en la naturaleza y en la experiencia era ya un tema clásico en filosofía.



"Peirce[87] suscribe la tesis kantiana de la teoría arquitectónica del conocimiento, tomando de él la idea de que la lógica fundamenta la posibilidad de todo conocimiento o de que de ella tiene que derivarse el sistema de principios y categorías que forman la base de todo lo que puede conocerse"

Lo primero que me gustaría destacar de la definición de Peirce[88] de semiosis es que se trata de un proceso que involucra una serie de elementos. Por lo tanto, los signos no son objetos dados de antemano, sino que cualquier cosa puede funcionar como un signo si establece las relaciones pertinentes exigidas, a saber, la referencia a un objeto, y la mediación de un interpretante en esta referencia al objeto. Así pues la semiótica, o el estudio de los procesos de semiosis, se ocupa de todo lo que en un momento dado se encuentra en los vértices del triángulo semiótico, tanto por ser el vehículo sígnico o representamen, como por ser el objeto referido, o como por ser el interpretante mediador entre representamen y objeto.

Por consiguiente, para poder hablar de signo o de representación, según Peirce, se precisa algo material que vehicule la referencia de un objeto y que genere un interpretante:

Un Signo o Representamen es un Primero que está en una relación tríadica genuina tal con un Segundo, llamado su Objeto, que es capaz de determinar un Tercero, llamado su Intepretante, para que asuma la misma relación triádica con su Objeto que aquella en la que se encuentra él mismo respecto del mismo Objeto

En el modelo semiótico propuesto por Peirce, para que algo funcione como signo debe ser requisito indispensable la existencia de estos tres elementos: representamen o signo, objeto e interpretante, que ocupan desde el punto de vista lógico el lugar de un primero, un segundo y un tercero respectivamente.
Hay que destacar también que el modelo de semiosis de Peirce no sólo es un modelo dinámico por implicar una relación entre tres elementos, sino que su dinamismo se pone muy especialmente de relieve al estar involucrada en todo proceso de semiosis la posibilidad de una nueva semiosis, pues el representamen determina al interpretante a que asuma la misma relación triádica en la que él mismo se encuentra con respecto a su objeto, es decir, determina al interpretante a que se comporte como un nuevo representamen de ese objeto:

Por consiguente, un signo es un objeto que, por una parte, está en relación con su objeto y, por la otra, con un interpretante, de tal modo que pone al interpretante en una relación con el objeto que corresponde a su propia relación con dicho objeto

Esto es importante porque expresa la condición necesaria para que el interpretante sea a su vez un representamen, (es decir, estar en relación con un objeto y establecer una mediación entre ellos a través del interpretante) y por lo tanto dé lugar a una nueva relación de significación o representación, es decir, de semiosis, y así indefinidamente, dando lugar a lo que se conoce como semiosis ilimitada:

Signo es cualquier cosa que determina a alguna otra (su interpretante) para que se refiera a un objeto al cual ella misma se refiere (su objeto) de la misma manera; el interpretante se convierte a su vez en un signo, y así al infinitum

La semiosis ilimitada está de acuerdo con el valor propio de la categoria de terceridad, en este caso en su acepción de continuo, o sinequismo, que tanta importancia tuvo en el pensamiento de Peirce. En este sentido el dinamismo del modelo se reflejaría en la posibilidad de continua referencia de unos signos a otros, aunque efectivamente, en el momento de uso del signo, esa semiosis ilimitada no se realice. Pero el dinamismo del modelo de Peirce radica también en que para que algo sea signo, objeto o interpretante hay que tener en cuenta la posición lógica que cada uno de estos elementos ocupa en la semiosis. Es decir, el objeto del signo puede ser cualquier objeto que determina al signo a representarlo de una determinada manera. Dicho de otro modo, lo que en una semiosis era un primero –un representamen o signo— puede en otra semiosis ser un segundo –un objeto—, o en otra semiosis ocupar el lugar de un tercero –un interpretante—. Con lo cual cualquier cosa que funciona como signo o primero, puede en otro momento semiótico funcionar como objeto de la semiosis o segundo, o como interpretante o tercero. Desde el momento en que la realidad está semiotizada, todo puede ser signo, objeto o interpretante. El que sea uno u otro de los elementos de la semiosis depende de la posición lógica que ocupan en la misma, es decir, la posición de 1º, 2º o 3º; y por supuesto siempre deben estar presentes los tres elementos imprescindibles para que haya una relación semiótica genuina. Cualquier cosa puede funcionar como signo con tal de que genere un proceso de referencia a un objeto y determine a un interpretante.

EL PAPEL DEL OBJETO EN LA SEMIOSIS

La simplicidad de la semiosis, que establece la relación entre representamen, objeto e interpretante, es una simple apariencia; parte de su complejidad ya se puso de relieve al indicarse que toda semiosis determina una nueva relación sígnica, al menos en principio. Con respecto al objeto de la semiosis, las cosas tampoco son tan simples como parece sugerir la definición de semiosis. Para empezar Peirce[89] distingue dos objetos del signo: el objeto dinámico y el objeto inmediato. El primero –denominado también objeto mediato–es el objeto exterior al signo, es la realidad extralingüística a la que el signo se refiere; el objeto dinámico es "la Realidad que de alguna manera contribuye a determinar al Signo para su Representación". El objeto inmediato es el objeto interior al signo, el objeto tal y como es representado por el signo; en este sentido, y según Peirce, el ser del objeto inmediato depende de su representación en el signo. Esta denominación del objeto dinámico como objeto mediato parece sugerir que nuestro conocimiento del objeto exterior está siempre mediada por los signos; es decir, en la semiosis el objeto dinámico nunca es aprehendido o captado directamente, sino que lo es mediatamente a través de los interpretantes que tienen su origen en el objeto dinámico, es decir, en la referencia del representamen al objeto.

Para complicar aún más esta distinción, Peirce indica que el signo representa a su objeto no en todos sus aspectos, sino por referencia a una idea, que es el fundamento del signo, es decir, introduce un nuevo elemento explicativo. Este fundamento parece coincidir con esa manera particular en la que la realidad contribuye a determinar cómo el signo la va a representar. El fundamento parece ser la razón del objeto inmediato, la razón de cómo el signo representa la realidad de un modo parcial y perspectual, de cómo el signo se refiere a su objeto en algún aspecto o carácter.

La teoría de Peirce parece sugerir que la realidad sólo puede aprehenderse a través del signo, porque es una realidad ya semiotizada. Así pues la realidad se encuentra semiotizada a través de la lectura que el signo nos permite realizar de ella, ya que el signo representa al objeto dinámico de la única manera que es posible que lo represente, como objeto inmediato; objeto que es a su vez generador y determinador de interpretantes o nuevos representámenes del objeto dinámico.

La realidad extralingüística, exterior al signo, es la que determina al signo a que la represente de una determinada manera, y es de esta manera como accedemos y comprendemos esta realidad a la que los signos se refieren. Este proceso de semiotización parece sugerir un modelo dinámico, nuevamente triádico, en el que habría dos movimientos. Un movimiento externo al proceso de semiosis, cuya dirección es de afuera a adentro, en el que el objeto dinámico determina al signo a representarlo a partir del fundamento, dando lugar al objeto inmediato (dirección objeto-fundamento-signo); y otro movimiento interno al proceso de semiosis, que sería precisamente el inverso, cuya dirección es de dentro a afuera, en la que el objeto inmediato representa al objeto dinámico a través de la idea o fundamento del mismo (dirección signo-fundamento-objeto).

Lo interesante en la semiosis es que entre el signo y la realidad se da una relación de presencia/ausencia fundamental para comprender el carácter cognoscitivo y representativo del signo. Presencia porque la realidad, como objeto dinámico, está en el origen de este proceso, determinando cómo el signo ha de referirla (dirección externa del proceso de semiosis). Ausencia, porque el signo alude, indica, se refiere a ella como un objeto mediato y mediado por interpretantes (dirección interna del proceso de semiosis). Es decir, nuestro acceso cognoscitivo a la realidad es un acceso a una realidad ya semiotizada porque la comprendemos mayoritariamente gracias a los signos. En este proceso de semiosis el objeto del signo está ausente, sólo tenemos su presencia mentada a través del interpretante; el objeto referido es un objeto lejano, un segundo accesible a través del interpretante que nos habla de él. En otras palabras, el objeto es una ausencia hecha presente por el interpretante, pero el interpretante es de naturaleza sígnica. Así pues, en el momento en que se encuentra en el proceso sígnico, la realidad pasa a ser objeto mediato, esto es, objeto sígnico, o en palabras de Peirce, objeto inmediato; el objeto en su totalidad y completud, en su ser total, sólo es apuntado y referido por el signo, esta totalidad y completud nunca puede ser descrita como tal, sólo puede ser indicada, referida.

EL PAPEL DEL INTERPRETANTE EN LA SEMIOSIS

Al igual que sucedía con el objeto, el interpretante está lejos de ser una noción plana y sin vértices. El interpretante[90] es quizás el elemento más importante de la semiosis en su calidad de tercero o mediador, y Peirce reconoce varios tipos de interpretantes. La clasificación más usual es la siguiente, aunque no es la única: inmediato, dinámico y final. El interpretante inmediato es un primero, una abstracción, una posibilidad, consiste en la interpretabilidad propia de cada signo, aun cuando éste no tenga un intérprete concreto, es, en palabras de Peirce, "la parte del efecto del signo que basta para que una persona pueda decir si el signo es o no es aplicable a algo que esa persona conozca suficientemente bien"; este interpretante viene a coincidir con lo que usualmente se denomina significado, aunque Peirce la asimilaba al sentido. El interpretante dinámico es un segundo, un evento singular y real, relativo a los efectos directos realmente producidos por el signo, y experimentados en cada acto de semiosis; Peice lo equiparaba al significado. El interpretante final es un tercero, que representaría la culminación del proceso de semiosis y mostraría el efecto pleno y total del signo, y para Peirce se correspondía con la significación:

Los tres grados de Interpretantes fueron obtenidos razonando, a partir de la definición de Signo, qué tipo de cosa debería ser relevante y, luego, buscándola. El interpretante Inmediato está implícito en el hecho de que cada Signo debe tener su interpretabilidad peculiar antes de obtener un Intérprete. El Interpretante dinámico es aquel que es experimentado en cada acto de interpretación, y en cada uno de éstos es diferente de cualquier otro; y el Interpretante final es el único resultado Interpretativo al que cada Intérprete está destinado a llegar si el Signo es suficientemente considerado. El interpretante inmediato es una abstracción: consiste en una posibilidad. El Interpretante Dinámico es un evento singular y real. El Interpretante final es aquel hacia el cual tiende lo real (C.S. Peirce, Obra lógico-semiótica, pág. 146).

En otros momentos Peirce[91] habla de otros tipos de interpretante que califica de emocional, energético y lógico. De nuevo las categorías cenopitagóricas rigen esta clasificación: el interpretante emocional es un primero, y en este sentido es comparable a la sensación o sentimiento que el signo produce; el interpretante energético es un segundo y se identifica con la acción que provoca el signo; por último, el interpretante lógico es un tercero y equivale al hábito generado por el signo.

Tanto el término "interpretante" como la "retórica pura" o "formal" que lo estudia suponen una concepción absolutamente propia y peculiar que no aparece reflejada en la "pragmática" de Morris[92], a diferencia de lo que sucede con las otras dos ramas en las que este autor divide la semiótica: sintaxis y semántica, las cuales recogen algunos aspectos significativos de la definición peirceana de gramática y lógica. La retórica formal o pura es, según la concibe Ch. S. Peirce, la que trata de "las condiciones formales de la fuerza de los símbolos, vale decir, de su poder de apelar a una mente, o sea de su referencia en general a interpretantes" (Peirce), o también, la que se ocupa de las "leyes de la evolución del pensamiento" (Peirce). Por consiguiente, la retórica pura al estudiar las leyes de la evolución del pensamiento estudia ese proceso dinámico por el cual unos signos remiten continuamente a otros, constituyendo su descripción, explicación, definición. Los interpretantes son signos equivalentes a los representámenes, pero que pueden ampliar, detallar, desarrollar, condensar, etc. en la mente de las personas el representamen del que son interpretantes.

En la semiótica peirceana[93], la retórica pura concilia la semántica y la pragmática, precisamente gracias a la noción de interpretante. La lógica exacta ocupa en la división de Peirce el lugar propio de la segundidad, y es por tanto equivalente a la semántica extensional, esto es, aquella parte de la semiótica que trata de la referencia de los signos a sus objetos.

La retórica pura al estudiar la relación de los signos con sus interpretantes es equivalente a la semántica intensional, en el sentido de que los diferentes tipos de interpretante que Peirce distinguía, a saber, inmediato, dinámico y final pueden hacerse coincidir respectivamente con las nociones de sentido, significado y significación, según él mismo considera. Pero la retórica pura puede interpretarse igualmente como equivalente a la pragmática, al ocuparse del estudio de las condiciones necesarias de la transmisión de significado de una mente a otra, lo que sugiere ya la relación de los signos con sus usuarios.

La estrecha relación existente entre semántica y pragmática parece ser cada vez más evidente. Las reflexiones sobre el significado llevadas a cabo recientemente parecen incidir en este punto. Determinadas expresiones de la lengua como pronombres personales, demostrativos, y en general, los términos llamados indiciales –correspondientes a los índices peirceanos– exigen tener en cuenta el contexto y las circunstancias de emisión de los mismos, pues como expresiones típicas de la segundidad necesitan para su completo significado la proximidad del objeto.

La noción de "intérprete" no ocupa ningún lugar relevante en la retórica peirceana, a diferencia de lo que sucede con Morris[94], que explícitamente define la pragmática como "la ciencia de la relación de los signos con sus intérpretes". Para este autor, la parte de la semiótica llamada semántica abarcaría tanto la denominada semántica extensional como la intensional, con lo cual queda libre la pragmática para estudiar la relación entre signos y usuarios.

Posiblemente Peirce [95] no se interesó directamente por el intérprete a causa de su interés por los aspectos formales, puros o universales de la semiótica y sus ramas. Desde esta perspectiva la retórica estudia las condiciones formales o necesarias para la transmisión de signos, lo que no supone necesariamente la presencia de un intérprete. Por ejemplo, una condición necesaria de la terceridad, esto es, de la representación, y por lo tanto de cualquier proceso significativo o de semiosis, es que el representamen o signo genere en su referencia al objeto un tercero o intepretante, que a su vez es otro representamen, que se refiere al mismo objeto que el anterior signo del que él es interpretante. Esto es una condición general, formal y universal de la representación, y de la transmisión de significado, que no exige la presencia fáctica -ni siquiera postulada- del intérprete. De la dificultad que supone este enfoque era consciente el propio Peirce, cuando al indicar que el interpretante era el efecto que el signo determinaba "sobre una persona".

Teniendo en cuenta todo lo que se acaba de indicar, y partiendo de que la definición usual de lo que sea la pragmática procede de Morris[96], surge una pregunta: ¿en qué sentido la retórica peirceana puede entenderse como pragmática? Por un lado, la noción de interpretante parece ligar la retórica pura más a la semántica que a la pragmática; por otro lado, la noción de intérprete, ineludible en la definición de pragmática propuesta por Morris, es prescindible en la retórica de Peirce.

Sin embargo, Morris afirma que "históricamente, la retórica puede considerarse como una forma restringida y temprana de pragmática" y que el cambio de perspectiva que desvinculó a la retórica de la mente y del pensamiento particular, destacando la importancia de las reglas, se debe en gran medida a Peirce. Este autor, al llegar a "la conclusión de que, en último término, el interpretante de un símbolo ha de buscarse en un hábito ... allanó el camino al énfasis actual en las reglas de uso". Una regla pragmática es para Morris aquella que expresa las condiciones en las que se usan los signos. Así pues, los interpretantes son las reglas o hábitos que guían la conducta y que pueden ser establecidos por convención. Su vinculación con los usuarios es obvia para Morris: "La introducción de términos tales como 'convención', 'decisión', 'procedimiento', 'regla' implica la referencia a los usuarios de los signos además de a factores empíricos o formales".

Morris es el que da el paso definitivo hacia la transformación de la retórica en pragmática. Este autor, en su caracterización del proceso de semiosis, aunque reconoce la importancia de la concepción triádica peirceana y, especialmente, de su carácter de mediación, se aleja de ella al introducir un cuarto elemento, que no es otro que el intérprete. Morris liga usualmente la noción de interpretante a la de intérprete, ya que en ocasiones define el interpretante como el hábito del organismo o del intérprete de responder, o también considera que "el interpretante del signo es parte de la conducta del individuo", acercándose más con este enfoque al pragmatismo de James –más subjetivista y psicologista- que al de Peirce –más formal y abstracto.

Mientras que la definición del proceso en el que algo funciona como signo, esto es, la semiosis, es fundamentalmente lógica en Peirce, la definición de este mismo proceso es eminentemente conductista en Morris, como ya se indicó y él mismo reconoce. Para Peirce, representamen, objeto e interpretante son elementos definidos por su posición lógica –respectivamente, un primero, un segundo y un tercero –, que en los diferentes procesos de semiosis pueden intercambiarse, así por ejemplo el interpretante que es un tercero, puede pasar a ser un representamen que es un primero.
Finalmente, de la importancia del intérprete frente al interpretante en la concepción de Morris puede dar idea su mención de sólo tres correlatos: vehículo sígnico, designatum e intérprete, al hablar de la relación triádica de semiosis a partir de la cual va a establecer las dimensiones sintácticas, semánticas y pragmáticas de la semiosis.

EL MODELO TRIÁDICO DE PEIRCE Y LA COMUNICACIÓN
Debido a que a Peirce[97] le interesaba destacar los aspectos formales y generales de la representación, y en este sentido, las condiciones necesarias para que algo funcione como signo, sus reflexiones se centran en los aspectos fundacionales, esto es, en fundamentar en qué consiste ser un signo. Por ello, el uso efectivo de los signos, su intercambio en el proceso comunicativo no fue objeto de sus consideraciones, excepto como los efectos que los signos producen en una mente, y que queda recogido en sus clasificaciones de los interpretantes a las que ya aludí anteriormente; por eso, parte de los escasos comentarios de Peirce sobre la comunicación se sitúan en este contexto de los intepretantes y de la retórica. Sin embargo parece totalmente legítimo extender su modelo triádico al análisis de la comunicación, aunque evidentemente el fundamento de la comunicación no es el mismo que el de la representación, y por ello la relación ausencia/presencia, característica del signo no se encontrará en la comunicación. Si la aplicación del modelo triádico funciona también en este caso, será una prueba más de lo fructífero que resulta.

Teniendo en cuenta que el modelo comunicativo más básico posible puede reducirse a una relación entre tres elementos, a saber, emisor, destinatario y mensaje, veamos hasta qué punto sería posible entender la posición de estos elementos como un primero, un segundo y un tercero. El emisor pasa a ser un primero, ya que es el origen de esta relación, y sin una intención por su parte, que se plasmará en el mensaje, el proceso comunicativo no tendría lugar. Para el emisor es importante que el destinatario reconozca su intención comunicativa, la cual se explicita a través del mensaje transmitido, presentando el contenido del mensaje como una petición, una orden, un deseo, etc. El acto comunicativo es básicamente la relación entre un emisor, un primero, y un destinatario, un segundo; pero esta relación se realiza a través de la mediación de un tercero, un mensaje. Sin mensaje es díficil concebir cómo se puede establecer la relación entre emisor/destinatario. Así pues el mensaje depende de cómo el emisor codifica sus intenciones comunicativas con el objeto de que el destinatario pueda reconocerlas y comprenderlas; en otras palabras, el mensaje es el mediador entre el emisor y el destinatario, pues sin esta mediación la comunicación no tendría lugar. En este sentido el mensaje tiene en cuenta al destinatario al que va dirigido, y es el emisor, por tener en cuenta esta direccionalidad, el que le da la forma correspondiente.
Este modelo básico al que nos hemos referido coincide con lo que se suele denominar el modelo lineal comunicativo, siguiendo las directrices marcadas por Shannon[98]. Sin embargo, hay otro modelo de la comunicación, circular y más rico, llamado modelo orquestal, que sigue las pautas marcadas por Wienner. La diferencia entre ambos modelos radica en que el de Wienner[99] introduce el concepto de retroalimentación o "feed-back". Pues bien, siguiendo las pautas de la semiosis de Peirce[100] donde el interpretante era equivalente a otro signo que podía generar una nueva semiosis, aquí, y tomando partido por el modelo circular, el mensaje puede dar origen a otra comunicación, originando así una nueva relación entre destinatario (ahora transformado en emisor) y emisor (ahora funcionando como destinatario). De nuevo este proceso puede originar una nueva comunicación y asi ad infinitum, dada la versatilidad de los elementos puestos en juego: emisor, mensaje y destinatario; en teoría sería posible pensar en alguna manera de comunicación ilimitada, aunque en la práctica, al igual que sucede con la semiosis ilimitada, estos procesos y relaciones nunca se lleven hasta el final sugerido por su posibilidad teórica. Por lo tanto, desde el momento en que uno de los elementos presentes en el acto comunicativo está formado por signos, los cuales llevan implícita, como ya se vio, la posibilidad de su despliegue hasta el infinito, no es descabellado pensar que el proceso comunicativo mismo se impregne también de esta característica, posibilitada por uno de sus elementos.

De hecho, el largo proceso de nuestras relaciones interpersonales, nuestra historia de contactos y relaciones, realizada a través de ideas –y plasmada en libros, obras de arte, ensayos, escritos científicos, mitos y cuentos, poesía–, tradiciones y costumbres, aunque diferidas a través de los tiempos, no son más que manifestaciones concretas de las relaciones comunicativas ad infinitum que continuarán expandiéndose a través de los tiempos, mientras haya seres humanos y relaciones entre ellos. Por eso, la hipótesis de que la cultura es un conjunto de sistemas de comunicación, parece también recibir todo su apoyo de esta aplicación del modelo triádico y semiótico de Peirce.

1] BACHELARD,Gastón. La formación del espíritu científico. Buenos Aires, Siglo XXI Ediciones,1979. p.87-97

[73] Ibid. p. 28.
[74] AUSTIN, Jhon L. Cómo hacer cosas con palabras. Barcelona. Paidós, 1998.p. 15
[75]]Ibid. p. 18
[76]VYGOTSKY, Lev. Pensamiento y lenguaje. Barcelona, Paidós. 1995. p.90.
[77]Ibid. p.24.
[78] Ibid. p.53
[79]PEIRCE, Charles Sanders. Semiótica. Archivo virtual. p.1
[80] AUSTIN. Op.cit. p. 53.
[81] PEIRCE. Op.cit., p.1.
[82] Ibid. p.19
[83] PUIG, Luis. Signos, textos y sistemas matemáticos de signos. Departamento de la didactica de la matemática, Universidad de Valencia. p.3
[84]
[85] RIVAS MONROY, María Uxía. La semiosios: un modelo dinámico y formal de análisis del signo. Ministerio de educación y cultura, Españe. p. 2
[86] Ibid. p. 3
[87] Ibid. p 7
[88] Ibid. p.9
[89] Ibid .p. 6
[90] ibid. p. 9
[91] Ibid. p.10
[92] Ibid. p.10
[93] Ibid. p.10
[94] Ibid. p.10
[95] Ibid. p.10
[96] Ibid.p. 12
[97] MIER. Raymundo. Signo, cuerpos la clasificación de los signo en Charles Sander Peirce.México, Universidad Autónoma Metropolitana. Escuela Nacional de antropología e historia. p.2
[98] RIVAS MONROY. Op. cit., p.15
[99] Ibid. p.15
[100] Ibid. p.15



 

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